Artículo 2. Sección. Yo/Autoexploración


Naturaleza anormal y normas antinaturales: El hilo negro de nuestra Insatisfacción


Si les pidieras a las personas con las que te relacionas en el trabajo o en la calle que evaluaran sus últimos 10 años de vida poniendo en una balanza, por un lado, todos los momentos de genuino bienestar y felicidad contra todos los momentos de malestar e insatisfacción ¿qué lado crees que pesaría más y con mayor frecuencia? Y si usaras esa misma balanza para evaluar tu vida ¿qué pasaría?

Si además de ello les preguntaras ¿Cuál es la razón que mueve todas las acciones de sus vidas y que le da significado a todo su trabajo?, ¿qué responderían? Y si tú te preguntaras cuál es la razón que está detrás de todas tus acciones independientemente de los resultados ¿cuál sería?

Las respuestas a estas preguntas pueden ser variadas, pero versan más o menos en la misma línea; lo que mueve a las personas es el deseo de ser felices, de hallarse en condiciones de salud y equilibrio tanto físico, mental, emocional y espiritual. Sin embargo, después de un pequeño ejercicio de atenta observación cualquiera puede notar que la vida cotidiana de la mayoría de las personas de nuestro alrededor, así como la propia, tiene una marcada tendencia hacia la negatividad (independientemente del sexo, posición económica o actividad productiva). Es decir, que a pesar de que la mayoría de la gente anda por el mundo trabajando arduamente por su bienestar lo que tiende a conseguir en lugar de ello es insatisfacción. Quien lo dude, solo dedique un par de días a observar y leer las noticias del mundo para que tener un panorama más amplio de esta situación.

¿Acaso el estado de bienestar es una utopía a la cual no podemos aspirar? ¿Cómo es posible que nosotros, los seres humanos, con todas nuestras maravillosas cualidades nos hallemos enfrascados en esta continua construcción de sufrimiento? Tenemos una mente que nos permite relacionarnos de un modo único con el mundo y con nosotros mismos, estamos dotados de todo aquello que se necesita para que seamos grandes. Tenemos libre albedrío, para decidir lo que haremos con nuestra existencia. Podemos interactuar con el mundo, conocerlo, aprehenderlo, incidir en él, producir, crear. Simplemente, tenemos el potencial para ser la obra más magnífica que haya pisado la Tierra. Y ¿qué hemos hecho con todo esto de lo que hemos sido dotados?

Pues que, aquellos que vivimos en sociedades que se rigen por una cultura patriarcal, nos hemos creado un orden de ideas que orientan y ordenan la vida, basado en una serie de creencias que lo único que hacen es entorpecer, limitar, incluso frenar, la consecución del bienestar individual y social. Generando personas insatisfechas, enfermas, celosas y violentas. No se trata de un error en la lógica de las personas, se trata de un error en la premisa inicial, que al ser falsa nos conduce a un resultado equivocado. Para clarificar esto voy a narrar una historia sobre dificultades humanas como muchas que se crean todos los días en sociedades como la nuestra. Aunque los personajes son ficticios, está historia describe situaciones que han sido inspiradas en circunstancias tan reales que llama la atención que provoquen desconcierto.

Se trata de la historia de una pareja de jóvenes esposos como muchos que conoces y conocerás. Habitantes de la hermosa ciudad de Puebla, edificada por gente preocupada por el crecimiento y desarrollo social, donde tanto los buenos modales como los altos niveles de moralidad forman parte del ideal de persona digna. Él, un hombre educado, responsable y trabajador. Ella, una encantadora mujer prudente, inteligente y emprendedora. Ambos, seres amables, con alta conciencia moral y respeto por el orden social.
El matrimonio Jiménez-Tapia atravesaba por un momento bastante común entre las parejas de nuestro país. La espera de su primer bebé, acontecimiento que despertaba obvia alegría en los futuros padres y al que se sumaba la obvia felicidad de la familia extensa.
El embarazo pasó con todos los criterios de “normalidad” que se esperan en estas circunstancias. Así, transcurrieron los 9 meses de natural espera, hasta que llegó el día del alumbramiento y la familia Jiménez-Tapia se encontró ante un hecho inesperado, que les presentó grandes y graves preocupaciones.
Verás, el proceso de parto fue de lo más “normal”, la criatura gozaba de un excelente estado de salud y la Señora Tapia de Jiménez se encontraba en perfectas condiciones. Sin embargo, había algo que imposibilitaba la alegría. Ante la pregunta “obvia” del padre al recibir la notificación correspondiente no había una respuesta “obvia”.
- ¿Qué es?- preguntó el orgulloso padre, -¿Es niño o niña?-
Quizá si el Sr. Jiménez hubiese empezado por preguntar ¿Cómo está? hubiese estado en mejores condiciones para enfrentar lo que estaba por venir, pero ¡no!, a él y al resto de los familiares les urgía conocer una sola cosa, ¿Era niño o era niña?
Era imprescindible conocer la respuesta ya que de eso dependería totalmente si se le compraba ropita rosa o azul, si se le regalaban muñecas o coches, si se daban chocolates o puros, si se le nombraría como el abuelo o la abuela, si se pensaba en clases de ballet o de futbol, ¡en fin! de esa respuesta dependía el futuro entero de la criatura. Es fácil imaginar porqué la respuesta que la pareja Jiménez-Tapia recibió los dejó en shock. El médico no pudo más que dar su diagnostico: - Hermafrodita-.
El futuro del bebé se había desmoronado, había un plan A (su futuro como niño), un plan B (su futuro como niña), incluso un plan C (en caso de que su estado de salud no fuera del todo favorecedor) pero jamás, por ningún motivo se había vislumbrado un plan de contingencia para un caso similar, ¿cómo iban a imaginarlo siquiera? ¡Si en el mundo se supone que solo hay dos posibilidades! Pero no había tiempo para lamentaciones, la familia esperaba con ansia la respuesta y el Sr. Jiménez no podía presentarse con tal diagnóstico. Era el momento de pensar y tomar una decisión.
Los médicos aportaron todo lo que estaba a su alcance y le proporcionaron las alternativas que desde su práctica podían tomarse. Podían dejar al bebé tal como estaba y dejar que cuando fuera mayor decidiera si quería o no someterse a una cirugía para “dejarse” el sexo con el que se identificara más, es decir, que decidiera qué quería ser, hombre o mujer, para así poder vivir una vida “normal”, sin trasgredir su libertad. Por muy coherente que esta opción pudiera sonar, al Sr. y Sra. Jiménez-Tapia no les parecía del todo viable, es decir, podían prever el futuro de su bebé y el suyo propio: dando explicaciones, primero a la familia, luego en la escuela, y bueno, no son tontos, por mucho que ellos pudieran lidiar con el asunto al resto de las personas no les sería fácil. Su bebé sufriría de señalamientos, murmuraciones, discriminaciones. ¡No! sin duda eso no es parte del plan. Además, si lo dejan así, -¿Cómo lo vamos a educar?- Se preguntaban, -¿cómo niño o como niña?-. Eso es demasiado complicado.
La siguiente alternativa que dieron los médicos fue la de hacer la cirugía en ese momento, para definirle un sexo visible al bebé. En ese caso los padres serían quienes decidirían si sería niño o niña (vaya complicación, ¿no se supone que eso lo decide la madre naturaleza?). Para tener mayores elementos para tomar esa difícil decisión podían valerse de un cariotipo y así conocer la combinación de cromosomas que traía el bebé.
Pero la cosa no era tan sencilla, los médicos podían hacer lo que los padres dijeran y así ayudarles a manejar con mayor decoro la cuestión de ¿Cómo educarle?, pero había una advertencia, aunque el cariotipo fuera XY y por ello decidieran dejarle como niño, o fuera XX y decidieran dejarle como niña, existía una amplia posibilidad de que cuando creciera, él o ella se sintiera como el opuesto. Y ya se pueden imaginar el dilema que ello ocasionaría, enfrentarse a las explicaciones, los señalamientos y todo lo que los responsables padres querían evitar.
Afortunadamente la familia Jiménez-Tapia gozaba de una excelente posición económica por lo que pudieron formular un plan de contingencia bastante satisfactorio (al menos para ellos).
Decidieron hacer el cariotipo, el cual reveló XY; allí se acercaron a la postura de dejarle como niño. Luego, pensando en la posibilidad de que cuando creciera se mostrara como lo opuesto y la complicación para el cambio que le dejarían si le quitaran el pene y decidiera que se identifica como varón, en contraposición con la relativa mayor facilidad de retirarle el pene si decidiera que se identifica como mujer, optaron por dejarle como hombre. Así, podrían educarle como varón. Con respecto al nombre simplemente le pondrían uno que fácilmente pudiera ser identificado con cualquier tipo de sexo o que solo requiriera una pequeña modificación para hacer que funcionara para el contrario. Con el tema de las explicaciones que tanto se negaban a enfrentar, el factor económico les dio la salida que necesitaban. Sería niño y si en el futuro decidía cambiar tenían elaborado todo un plan de contingencia para cambiar de residencia, básicamente de país y de continente; donde podría llevar una vida como mujer sin que nadie le cuestionara nada a ella ni a los padres, por supuesto.
¿Qué sucedió con el pequeño hijo Jiménez-Tapia?, pues la familia extensa le acogió con mucha alegría, el chico vestía como niño, jugaba al futbol, tenia cabello corto y todas esas cosas que se esperan de los niños. Iba a la escuela y era un estudiante destacado. Sin embargo, conforme crecía, su físico semejaba bastante al de una niña, pero para cualquiera que se preguntara el sexo del chico el tema del cabello y la ropa se convertía en un rápido referente deductivo que disipaba toda duda. De pronto, algo pasó que se perdió total contacto con la familia Jiménez-Tapia, lo último que supo de ellos es que se mudaron a España.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo es que el nacer en perfecto estado de salud se convirtió en un enorme problema? ¿Cómo es que el gozar de todas las capacidades físicas y mentales para convertirse en un excelente ser humano se traduce en un hecho tan aberrante que exige el cambio de toda una vida para darle solución?

Ya vamos viendo cómo el problema está en la lógica mediante la cual entendemos al mundo. Donde hay cosas naturales que no se nombran por lo que resultan anormales y normas antinaturales que afectan no solo a lo que no se nombra, sino a lo que sí está dentro del discurso.

¿Qué quiero decir con esto?

Hagamos un análisis de la misma situación, pero en condiciones más aceptadas. Imaginemos que la criatura que nació cumplía con lo esperado, es decir, nació como niño o como niña. Ya no hay problema ¿cierto? Y ¿qué pasa después?
Pues que en función del sexo se le empieza a limitar la expresión de sus potencialidades humanas para adecuarle a un rol establecido.

Y ¿bajo qué fundamentos se hace esto?

Bajo el de la creencia muy aceptada socialmente de qué esas diferencias son producto de la NATURALEZA. Y cuándo, naturalmente, ese niño o niña, ese hombre o mujer no se hayan satisfechos en el cumplimiento fiel del camino que supuestamente le conduciría a la realización ¿Qué pasa? Surge un problema, pero ¿De quién es el problema?, ¿En realidad existe un problema?
Si es así, ¿Cuál es el problema?

El problema está en el conjunto de creencias, costumbres, formas de comunicación y de relación que conforman la cultura en la que vivimos y que APRENDEMOS como leyes inequívocas para nuestro desarrollo. Por ello, el reto más grande para los que pretendemos conseguir un estado de bienestar individual y social, está en el reconocimiento de aquello que hemos aprendido y que no sirve para cambiarlo por algo distinto y más atinado. Para ello, habrá que desarrollar humildad y tener valentía, para darse la oportunidad de expresar aquello que necesitamos, pero que nos ha sido negado y para dejarse guiar por aquellos que se han atrevido y que algo pueden enseñarnos en esta tarea de crear caminos que realmente conduzcan al bienestar.